EFE).- El cierre del XVIII Congreso del PCCh, clausurado con los sones de “La Internacional”, contó con una ceremonia de estética marxista, con algunos atisbos de lujo y prácticamente a puerta cerrada para la prensa no oficial.
La ceremonia de clausura se llevó a cabo en el salón principal del Gran Palacio del Pueblo de Pekín, con la asistencia de los 2.307 delegados y sus suplentes procedentes de todo el país y los 1.500 periodistas acreditados para el evento, aunque estos últimos solamente durante los últimos 30 minutos del encuentro.
Con el color rojo predominante, como lo ha sido por toda la ciudad durante los últimos siete días, el Gran Palacio acogió hoy la votación para aprobar las decisiones tomadas durante la semana de reuniones -unos encuentros llenos de secretismo y prácticamente inaccesibles- y decidir los miembros del Comité Central.
Los delegados, uno a uno, introdujeron en la urna dispuesta para la ocasión -de color bermellón y con el símbolo de la hoz y el martillo- su elección de nuevos líderes.
De este momento solamente hay imágenes de la agencia oficial china, Xinhua, que publicó fotografías del presidente chino, Hu Jintao, del expresidente Jiang Zemin o del próximo líder de China, Xi Jinping, en el momento de introducir su “papeleta” -del tamaño de un folio- en la gran urna roja.
Mientras tanto, la prensa internacional aguardaba en los pasillos del edificio a que se le permitiera la entrada.
“Hu Jintao emite su voto en las elecciones para el Comité Central y el Comité Disciplinario“, anunció la agencia en su cuenta de Twitter -bloqueado en China-, junto a una imagen del presidente chino junto a la colosal urna.
Tras veinte minutos de recuento, Xinhua comenzó a informar de los resultados: “Xi Jinping y Li Keqiang -los esperados presidente y primer ministro de China-, en el nuevo Comité Central”.
En paralelo, los periodistas extranjeros, con una espera de tres horas a sus espaldas, seguían fuera de la sala principal, donde esperaban pacientes a obtener información o algunas imágenes de lo que ocurría al otro lado de la puerta.
Cuando finalmente se les permitió la entrada, los delegados habían pasado al siguiente punto en la orden del día, la aprobación de una enmienda a la Constitución del Partido y del informe sobre la situación de China.
A mano alzada, los delegados se declararon en favor de la adopción de ambos documentos y contestaron, sin excepciones, “mei you” (“no tengo”) a posibles objeciones a los textos.
Fue una respuesta tan uniforme como sus atavíos. Con algunas coloridas excepciones -las de los representantes de minorías étnicas o provincias más lejanas, que lucían trajes típicos de sus regiones-, la gran mayoría de delegados lucía o bien un uniforme militar o bien un traje de chaqueta negro, camisa blanca y corbata con nudo Windsor que se repetía fila tras fila.
Bajo, ahora sí, la mirada de la prensa internacional, Hu recitó su último discurso antes de abandonar su cargo como secretario general del Partido, en el que pidió “construir una sociedad saludable y económicamente estable” e hizo hincapié -como en la alocución con la que había abierto el Congreso- en la lucha contra la corrupción.
La traducción al español de su discurso le jugó una mala pasada al apuntar que el Partido y el pueblo han conseguido logros “debido a los más de noventa años de lucha, creación y acumulación”, algo que las malas lenguas, en una nación donde la población considera la corrupción la peor lacra que padece el país, podrían vincular con el acopio de dinero.
La ceremonia, en la sala principal del Gran Palacio, y celebrada bajo la parafernalia comunista más clásica -banderas rojas y la estrella de cinco puntas que es el símbolo del Partido- concluyó con los acordes de “La Internacional”, el himno comunista que ensalza a “los pobres de la Tierra” e insta a ponerse en pie a la “famélica legión”.
En el exterior, docenas de vehículos oficiales de gama media-alta esperaban a que concluyera la ceremonia para transportar de regreso a los delegados.