Francia ha pasado los dos últimos años convertida en el hazmerreír de la derecha anglosajona y alemana, en el blanco favorito de las agencias de calificación y de los sabios tecnócratas de Bruselas. Todos coincidían en señalar a París como el enfermo de Europa, la rémora que amenazaba la recuperación, el cuerpo extraño que subía los impuestos, incumplía el objetivo de déficit y no reducía un gasto público insostenible. Unos y otros exigían reformas, más competitividad, recortes y más recortes.
Los sorprendentes datos de este viernes revelan, sin embargo, que el enfermo estaba mejor de lo que parecía, y que la política de la demanda puesta en marcha por Hollande al principio de su mandato ha ayudado a la segunda potencia del euro a salir de la UVI y a convertirse, contra todo pronóstico, en la segunda locomotora de Europa a finales de 2013.
Aunque no es para tirar cohetes, los datos devuelven el PIB de Francia a niveles de 2008. El Gobierno, que ve superadas sus previsiones, recibió la noticia con frío optimismo. Quizá porque, a la vista de las cifras, los recortes de 50.000 millones anunciados para el próximo trienio, y el giro neoliberal emprendido por Hollande para contentar a la patronal bajando las cargas laborales resultan menos fáciles de justificar. La estrategia del malestar exigía noticias peores.Francia creció el 0,3% en ese cuarto trimestre, y la misma cifra durante el ejercicio completo, una vez hecho el ajuste fino. La recuperación del consumo privado (+0,5%) y del poder adquisitivo se suman a que, por primera vez en dos años, el empleo no agrícola crece ligeramente, y aunque sigue reculando en la industria y la construcción, la inversión de las empresas mejora un 0,9% tras siete trimestres seguidos de bajada, mientras las exportaciones crecen un 1,2%.
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