No existe la adicción al porno. Al menos no consta como tal en el Diagnostic and Statistical Manual (DSM) de enfermedades mentales que acaba de ser revisado y, por ello no puede ser considerada una enfermedad a pesar de que es frecuente ver el término «adicción al porno» en artículos de prensa e incluso en informes psicológicos o psiquiátricos.
Sin embargo, el psicólogo clínico David Ley, señala en Sexual Health Reports que no hay ninguna investigación científica sólida que muestre que este tipo de adicciones en realidad existe. Después de una exhaustiva revisión de artículos científicos sobre esta materia, se puede afirmar que menos de dos de cada cinco artículos de investigación (37%) sobre un comportamiento sexual de alta frecuencia lo describen como una adicción. Sólo el 27% ( 13 de 49 artículos) contenía datos reales.
La revisión pone de manifiesto que la mayoría de los estudios sobre el tema de la adicción a la pornografía se basan en diseños experimentales muy pobres que carecen de rigor metodológico y pecan de falta de especificación del modelo de estudio. Y afirma que existen muy pocas evidencias, o ninguna en absoluto, para apoyar a algunos de los efectos secundarios negativos que se le suponen a la adicción a la pornografía,descartando totalmente la relación de la disfunción eréctil con el excesivo consumo de porno.
Además, insiste Levy, a pesar del gran furor por los efectos de la exposición infantil a la pornografía, «el uso de material sexualmente explícito explica muy poco la variación en los comportamientos sexuales de los adolescentes». Estos, señala, se explican y predicen mejor por otras variables individuales y familiares.
De hecho Levy va un poco más lejos y sugiere algunos efectos beneficiosos de la pornografía. «Puede mejorar ciertas actitudes hacia la sexualidad, aumentar la calidad y la variedad de los comportamientos sexuales e incrementar el placer en las relaciones a largo plazo». En su trabajo Levy asegura que, de alguna manera, el porno «proporciona una salida legal para comportamientos o deseos sexuales ilegales», y su consumo o disponibilidad se ha asociado con una «disminución en los delitos sexuales, especialmente el abuso de menores».
Falsos tratamientos
Además, en su artículo recuerda que los médicos deben ser conscientes que las personas que reportaron «adicción» es probable que sean varones, con una orientación no heterosexual, una libido elevada y que tienen valores religiosos que están en conflicto con su conducta y deseos sexuales. «Pueden estar usando visualmente estimulante de imágenes para hacer frente a los estados emocionales negativos o satisfacción con la vida disminuye».
Y concluye Levy que harían falta mejores métodos para «ayudar a las personas que luchan con este problema, pero siempre sin ‘patologizar’». Y recuerda que hay terapias, «pseudocientíficas» y lucrativas que rodean el tratamiento de la llamada adicción a la pornografía. En lugar de ayudar a los pacientes que pueden tener problemas para controlar la visualización de imágenes de carácter sexual, el concepto de adicción a la pornografía parece alimentar una industria con intereses económicos».