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martes, 1 de febrero de 2011

INTERNACIONALES

Mubarak, el último de los cuatro modernos ´faraones´ de Egipto


Hosni Mubarak, el último de los cuatro "faraones" de la moderna historia de Egipto, mantiene hoy un pulso con la calle egipcia y con esa especie de "maldición" política que rigió la vida de sus tres antecesores.
El rey Faruk I acabó destronado, el presidente Gamal Abdel Naser sufrió la peor derrota en la guerra de los Seis Días y el presidente Anuar al Sadat perdió la vida en un magnicidio.
Todos ellos tuvieron unos gobiernos marcados por la guerra y la tragedia final, como si hubieran quebrantado alguna norma que suscitara la maldición del faraón Tutankamón, que reinó entre 1333 y 1322 antes de Cristo, para quien osara abrir su tumba.
Faruk I fue depuesto mediante un golpe de estado el 23 de julio de 1952 por el Movimiento de Oficiales Libres, encabezado por Gamal Abdel Naser, descontento con la manera corrupta de gobernar del monarca y la derrota árabe en la primera guerra árabe-israelí (1948-49).
Faruk falleció en Roma en 1965. Con él expiraba el régimen monárquico que había dominado Egipto desde 1805.
Naser, el líder del panarabismo y fundador del Egipto moderno al proclamar la República, se consagró como un líder del Movimiento de los No Alineados en la Conferencia de Bandung (Indonesia), el 22 de abril de 1955, junto al yugoslavo Josip Broz "Tito" y el indio Jawaharlal Nehru.
El 26 de julio de 1956 Naser anunció la nacionalización de la explotación del canal de Suez, una estratégica vía marítima que une el Mediterráneo con el mar Rojo. Hasta entonces, empresas británicas y francesas dominaban esa vía inaugurada en 1869.
La decisión de Naser, que siguió a la negativa del Banco Mundial de financiar la construcción de la Presa de Asuán, en el Alto Egipto, desató la llamada "Crisis de Suez" que culminó en octubre de ese año con un ataque conjunto de Israel, Francia y el Reino Unido contra Egipto, en la que constituyó la segunda guerra árabe-israelí.
En febrero de 1958 el dirigente panarabista vio cumplidos sus sueños de unidad, cuando Egipto y Siria formaron la República Árabe Unida (RAU). Ese sueño duró tres años.
El gran batacazo al ideario de Naser ocurrió en junio de 1967 en la Guerra de los Seis Días. En esta tercera contienda árabe-israelí, el ejército egipcio, coordinado con el sirio y el jordano, sufrió una estrepitosa derrota.
Israel ocupó el Sinaí, la franja de Gaza (bajo control egipcio), y Cisjordania y Jerusalén oriental (bajo administración jordana). Siria perdió los Altos del Golán. Era el declive árabe.
Ese descalabro llevó a Naser a dimitir cinco días después de terminar la guerra, el 9 de junio, pero se retractó de esta decisión cuando millones de egipcios se echaron a la calle para pedirle que continuara al frente del país.
Naser murió repentinamente de un ataque al corazón en septiembre de 1970.
Pese a ser reconocido como uno de los líderes árabes más importantes de la historia contemporánea, sus detractores culpan a sus dieciocho años de gobierno de haber convertido a Egipto en uno de los países más pobres del mundo.
Le sucedió Anwar el Sadat, quien dio un vuelco a la política exterior del país cuando en 1978 firmó los Acuerdos de Camp David para la paz con Israel y en 1979 un Acuerdo de Paz bilateral con el Estado hebreo. Tildado de "traidor", Al Sadat vio cómo Egipto era expulsado de la Liga Árabe.
Pero su trágico final aconteció durante el desfile militar del 6 de octubre de 1981, cuando un comando autodenominado Yihad Islámica, dirigido por Mohamed al Estanbuli, se infiltró en la celebración militar, abrió fuego contra la tribuna presidencial y cometió el magnicidio en el que también murieron numerosos guardaespaldas.
El actual presidente egipcio, Hosni Mubarak, salió ileso a pesar de encontrarse dos asientos a la derecha de Al Sadat.
Desde entonces, Mubarak ha permanecido treinta años en el poder, actualmente cumple su quinto mandato, y uno de sus anhelos era el dejar como sucesor a su hijo menor, Gamal Mubarak, siguiendo el modelo de república hereditaria, inaugurada por Siria a la muerte del presidente Hafez al Asad, en el año 2000.
Mubarak ganó las últimas elecciones presidenciales, celebradas en 2005, con el 88,5 por ciento de los votos, pero estos últimos días mantienen un pulso con la calle, donde miles de manifestantes le piden que abandone e instaure una verdadera democracia.
No obstante, la "maldición" o primavera árabe, que en Túnez provocó la caída del régimen del presidente Zine al Abidine ben Alí el pasado 14 de enero, no proviene de ninguna maldición faraónica, sino del descontento popular.
El detonante de la ruptura del silencio lo provocó sin quererlo Mohamed Bouazizi, un joven tunecino de 26 años con estudios superiores que se quemó a lo bonzo el 17 de diciembre de 2010, harto de sufrir el paro y la humillación. EFE

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