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lunes, 11 de junio de 2012

No me esperen en Brasil


Casi dos décadas atrás Alfredo Bryce Echenique escribió la curiosa historia de Manongo Sterne, un hombre que frecuentó en su juventud diversos colegios padeciendo el desencanto de quedarse solo y ya convertido en adulto se dedicó a recordar bellos momentos recreando en su mente encantadoras anécdotas compartidas con amigos.
En el fútbol, los peruanos hemos aprendido a convivir con la soledad (en la parte baja de la tabla) y la frustración de cada proceso eliminatorio, debiendo apelar al pasado para sentir que alguna vez pudimos celebrar un logro importante. ‘No me esperen en abril’… ¿o en Brasil?
Treinta años después, de nuestra última presencia mundialista, nos entusiasmamos con un nuevo inicio. “Ahora sí la hacemos”, nos repetimos, ilusionándonos hasta el absurdo, impulsados por los mensajes triunfalistas en la publicidad que nos llegan a través de los medios y esa estoica confianza en un puñado de jugadores que al poco tiempo ellos mismos se encargan de dilapidar.
Dejamos de pronunciar Eliminatorias, son Clasificatorias, corregimos, imaginando que con ello o por jugar de rojo las cosas van a cambiar… lamentándonos luego al comprobar que no es así de sencillo.
Se equivocó el técnico apuntamos, debió definir de zurda corregimos, pero realmente no nos preocupamos del problema de fondo.
El fútbol peruano adolece del profesionalismo suficiente para justificar nuestras esperanzas. Y los ejemplos saltan a la luz en cada nivel: Dirigentes que buscan lucrar antes que crecer, jugadores que anteponen el Yo al Nosotros y una prensa que te dilapida un día y te hace figura en dos.
La derrota ante Colombia no me sorprendió y la caída en el Centenario la imaginé peor tras el primer tiempo. El gol del empate transitorio me lo gritó la calle, pero opté por la mesura al considerar que dicha algarabía era efímera, como tantas otras veces… infelizmente terminé teniendo razón.
Podemos optar por lo fácil y taparnos los ojos, culpar a los árbitros, al ‘Mago’, Pizarro o la ‘Foquita’ buscando alguien a quien dirigir nuestra ira, ilusionándonos con que falta mucho o jugando con los números, pero yo jamás me llevé bien con las matemáticas y no pienso cambiar tras casi tres décadas de vida.
Cada proceso parece terminar más prematuramente que el anterior y ya no hay Venezuela o Bolivia que nos eviten mayores vergüenzas. Pelearemos hasta el final por no quedar últimos aunque el verdadero objetivo, otra vez, nos sea esquivo… ¿o no?
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