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miércoles, 10 de julio de 2013

La ira se apodera del campamento de los partidarios de Morsi

La matanza les ha dado aún más determinación. “Hoy estoy más convencido que nunca de que quiero morir como un mártir”, dijo este martes Al Moataz Abdul Wahad, de 23 años, mientras sobre su hombro reposaba un ataúd vacío, cubierto con la bandera de Egipto. Marchaba hacia la mezquita de Raba al Adawiya, centro de la resistencia de los partidarios de Mohamed Morsi, que han acampado allí en protesta contra el golpe de estado de la semana pasada. Junto al suyo había decenas de ataúdes, simbolizando la muerte de 51 islamistas frente al cuartel de la Guardia Republicana durante el rezo de la madrugada del lunes. “Cualquier día sería bueno para ser un mártir, pero si ocurre en los próximos días, durante el mes del Ramadán, será un sacrificio mayor”, añadió.
Es la lógica imperante entre los miles de islamistas acampados en este reducto opuesto al golpe, los generales y el gobierno interino. Para estas personas, el martirio es un honor. Y esta disputa ha dejado de ser solo sobre Morsi. Es, para muchos, una guerra en defensa de los valores del islam. “¡Vivimos por el islam! ¡Estamos dispuestos a ser mártires! ¡Los islamistas no somos terroristas, defendemos nuestros valores más sagrados!”, arengaba en plena calle Mohamed Abel Aziz Farrag, de 55 años. “¡Nosotros somos la verdadera gente de Egipto! ¡Somos los verdaderos dueños del país, no aquellos, vendidos a occidente, al dólar, a América y a Israel!”, gritaba, señalando hacia la plaza de Tahrir.
El miércoles comienza el mes sagrado del Ramadán, cuando los fieles musulmanes ayunan hasta la caída del sol. Tradicionalmente en Egipto son días de celebración. Ahora, sin embargo, son jornadas en las que los miembros de los Hermanos Musulmanes se sienten llamados a un deber mayor que ellos mismos y su bienestar. “Muchas son las instancias en las que, durante el mes del Ramadán, los fieles musulmanes han logrado grandes gestas y luchado contra injusticias”, explicaba este martes Ahmed el Nashur, coordinador de la protesta y portavoz de la Alianza Nacional para la Defensa de la Legitimidad, grupo islamista de defensa de Morsi. “Es de esperar que se restituya la legitimidad democrática y Morsi vuelva a la presidencia pronto”, añadió.
Por mucho que la plaza de Tahrir celebre, y que el nuevo gobierno interino emita decretos y marque plazos electorales, estas personas están determinadas a quedarse en las calles. No van a ser ignoradas, no se marcharán. Han hecho suyo el lema que los opositores de Morsi corearon al unísono antes del golpe, el simbólico “erhal” en árabe, “vete”. “Vete, Sisi”, gritan, en referencia a Abdel Fatah al Sisi, comandante en jefe del Ejército y artífice del golpe de estado. El nombre de ese general es anatema para estas personas. Morsi le eligió, dicen, porque era un devoto musulmán. “Al final era simplemente un general más, sediento de poder y comprometido únicamente con beneficiar a la cúpula militar”, opinaba este martes Hamza Ali Jaber, de 46 años.
Tras la matanza del lunes, en la que la policía y las fuerzas armadas cargaron conjuntamente contra los partidarios de Morsi que se concentraban frente al cuartel en que se halla detenido el presidente, estas personas mostraban una ira a duras penas contenida, mucho mayor que en los pasados días. “¡Intifada!”, tronaban este martes los altavoces, las masas, estrictamente divididas entre hombres y mujeres, enfurecidas, agitando banderas y levantando coranes. Un diario islamista, editado por el brazo político del grupo Gama Islamiya, publicó este martes en su contraportada las fotos de 15 cadáveres, muchos con disparos en la cara y el cuello, supuestamente fallecidos en el incidente del lunes.
El raciocinio y la paciencia van escaseando en este campamento. Estas personas se sienten arrinconadas, ignoradas por el resto de la ciudadanía egipcia y acosadas por un ejército que el lunes les advirtió de que no pueden seguir acampadas en las calles por mucho más tiempo. Les han dado un plazo, el reloj marca la cuenta atrás y ellas sólo ven sacrificio en el horizonte.

EL PAIS