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lunes, 26 de diciembre de 2011

Los misterios del Génesis, el libro de los orí­genes


Cuenta la tradición oral de los indí­genas Kariña, asentados en el Oriente venezolano, que hace mucho tiempo cierto dios ordenó a un hombre construir una canoa grandota y meterse en ella junto a su mujer y dos animales de cada especie: hembra y macho, pues sobrevendrí­a un aguacero que inundarí­a toda la faz de la tierra.

También la mitologí­a griega describe un gran diluvio ordenado por Zeus a Poseidón para poner fin a la existencia humana. Solo Decaulión -hijo de Prometeo- y su esposa se salvaron de la calamidad por haber construido un arca en la que metieron dos animales de cada especie.

La historia del diluvio se repite en diversas regiones del mundo con detalles tan parecidos que asombran a los más respetados eruditos, porque hindúes, babilónicos, incas, aztecas, guaraní­es, mayas, taí­nos, pascuenses y mapuches echan el mismo cuento que el Génesis en la Biblia, el mismo cuento o uno muy parecido.


¿Existió un barco gigante que salvó hombres y bestias hace 5 mil años? En Génesis 8:4 puede leerse: «Y reposó el arca en el mes séptimo, a los diecisiete dí­as del mes, sobre los montes de Ararat». Bien, el Monte Ararat está en la frontera entre Turquí­a y Armenia. Su historia reciente está llena de expediciones infructuosas y fotos del presunto barco en las alturas.

En 2010 Yang Ving Cing mostró al mundo el hallazgo de una estructura de madera antigua a una altitud de 4.000 metros precisamente en Ararat. Las pruebas de carbono 14 no arrojaron exactamente los 5 mil años que calculan los estudiosos bí­blicos, pero sí­ 4.800 años.

Más allá de impresionarlo a través de datos y comparaciones, este artí­culo trata de invitarle a la lectura del Génesis, un libro que narra los orí­genes de todo lo existente según la creencia judeocristiana y que a la vez parece tal vez cargado de verdades cientí­ficas e históricas.


Sin embargo, también puede ser leí­do como obra estética y filosófica desde su primera lí­nea: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». El original de ese verbo «creó» es «bará», que significa hacer de la nada, o sea que según el Génesis Dios creó todo de la nada. La afirmación no es tonterí­a si se compara con las especulaciones sobre la eternidad de la materia o con los análisis del escolástico Tomás de Aquino.

Se supone escrito por Moisés y forma parte de los llamados históricos del Antiguo Testamento, pero su lectura puede significar más que eso. El erudito italiano Michelle Buonfiglio compara un versí­culo del capí­tulo II con el ambiente de aquellas eras pantanosas en las que reinaban los dinosaurios y no habí­a llovido aún, «sino que subí­a de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra» (2:6).

Pasan los capí­tulos y la emoción aumenta: se descubren personajes como Abraham, patriarca histórico de todos los árabes y los judí­os, respetado y venerado a través de los siglos por muchí­simas culturas, y tan fecundo en ardides como el homérico Ulises.

El Génesis entretiene página tras página, incluso más y mejor que un Bestseller porque dependiendo de la creencia y de las ganas de investigar todo puede resultar verí­dico.

Ese libro explica qué hay detrás de las peleas entre judí­os y musulmanes, por qué Abraham se separó de la cultura sumeria y refundó el monoteí­smo, qué significó José para las tribus babilónicas que durante quinientos años dominaron a los egipcios y muchas cosas más. No muera sin leer el Génesis, porque es una de más valiosas joyas de la humanidad.
Néstor Luis González