Antes del domingo pasado, el grueso de los economistas no oficialistas señalaba a la inflación –un evidente problema para toda la población– como el mayor obstáculo para que la formula oficial se alzara con una cómoda victoria. Sin embargo, el apoyo a Cristina Kirchner superó todas las previsiones. Y, en una muy buena medida, eso se debe a la bonanza económica.
El recuerdo corresponde al Informe Económico Semanal del Banco Ciudad, uno de los tantos trabajos que intentan explicar, “ex-post”, lo sucedido; cuando, en general, “ex-ante”, una buena cantidad de economistas pensaba lo contrario. A diferencia de otros documentos similares, este informe no exhibe la menor dosis de autoindulgencia.
Primero realiza una síntesis: La inflación viene navegando algo por encima del 20% anual.
El aumento de los ingresos nominales (sueldos y jubilaciones) viene superando ese porcentaje.
La tasa de pobreza, bien medida, no bajó mucho; pero tampoco se incrementó y hoy ronda el 20-25% de la población total.
El consumo viene creciendo de manera sostenida, impulsado por tasas de interés negativas que desincentivan el ahorro, por salarios reales en aumento y por la fuerte expansión del crédito.
Este escenario “fue suficiente para barrer la cuestión económica del debate electoral”, asegura. Sin embargo, “en defensa de los analistas más pesimistas, conviene decir que la brecha que mantienen las principales variables nominales con la inflación pública y privada es sorprendentemente elevada”.
Así, por caso, “la expansión monetaria ronda el 40% anual; los salarios, el 30%, y la recaudación tributaria, el 35%”, cifras que resultan “enormes comparadas con una inflación del 22% anual”, para no citar el 8%/10% de suba de precios oficial. Y dice que algunos análisis señalan que la inflación actual, en torno al 22%, es a grosso modo la diferencia entre la tasa de expansión monetaria de 2010 (28%) neta del crecimiento real actual (6-7%). Si así fuera, el 40% de expansión actual de la emisión anticiparía uno de los elementos de la incógnita inflacionaria de 2012.
El trabajo dice que “la pregunta del millón sigue siendo por cuánto tiempo puede sostenerse una devaluación del 5-10% anual con una inflación del 20-25%”, lo que produce una preocupante “inflación de dólares” que dejaría descolocada a la producción local frente a sus socios comerciales.
Y concluye con un toque de humildad: “en algún momento, se sabe, habrá que bajar la inflación y/o comenzar a depreciar más rápidamente el peso para compensar la inflación pasada. Cuándo llegará ese día y cómo será la dinámica del tipo de cambio y la inflación son preguntas para las que nadie tiene hoy una respuesta cierta”
EL CLARIN