Sarampión,
polio, difteria, tétanos, varicela... Es posible que a algunas personas les
suene a enfermedades del siglo pasado, e incluso mucho más lejanas, al menos en
los países desarrollados. Sin embargo, muchas de ellas son
mortales. «Si cualquier padre o madre pudiera ver las
consecuencias de la polio o de la difteria, se quedarían asustados», reconoce
Jesús Ruiz Contreras, del Hospital 12 de Octubre (Madrid):
Y no es una amenaza. Por ejemplo, el virus del sarampión infecta cada año
a cerca de 30 millones de niños y mata a casi 350.000 en todo
el mundo. Muchos de los que sobreviven quedan incapacitados para el resto de sus
vidas con ceguera, sordera o encefalitis. Y, lo más importante, la mayor parte
de estas muertes se podría prevenir fácilmente mediante vacunas
Porque además, algunas de estas enfermedades,
que se consideraban casi eliminadas, están rebrotando en Europa. Según los
últimos datos de la Red
Euvac, la incidencia de sarampión ha sufrido un aumento en 2010 y 2011,
especialmente en países como Bulgaria (22.005 casos notificados), Francia
(5.019) o Alemania (787). En España, según datos del Centro Nacional de Epidemiología (CNE), la
incidencia de sarampión está creciendo: de un 0,06/100.000 se ha pasado a una
0,66/100.000 en 2010 y en 2011, hasta la semana 21, ya se habían notificado
1.969 casos frente a los 125 notificados en 2011 hasta la misma semana. Los
datos muestran que el sarampión está afectando a grupos de edad que debería
estar vacunados y que se están produciendo brotes en algunas
CC.AA. -5 brotes en 2011 con más de 100 casos-. Esto es lo que ha ocurrido con
el sarampión en Europa, y concretamente en España desde hace un año, donde se
han producido brotes -Granada, Sevilla, Madrid-, y en general más casos que en
años anteriores, debido fundamentalmente a una ligera bajada de la cobertura de
la vacuna triple vírica (que contiene protección frente al sarampión) en
niños.
Vacunación solidaria
Lo mismo que con el sarampión
puede pasar con otras enfermedades «olvidadas» en los países en donde hay
programas de vacunación pero que, por unos motivos u otros, están sufriendo una
pérdida de credibilidad. Seguir los programas de vacunación, dice Ruiz
Contreras, es importante porque, en primer lugar, «se previene la aparición de
enfermedades que son muy graves que, aunque no las vemos, pueden ser mortales».
Y, en segundo lugar, los programas de vacunación producen además un beneficio en
la comunidad; «es decir, vacunarnos para que no circulen virus y
bacterias».
David Moreno, coordinador del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación
Española de Pediatría, enumera cinco razones para vacunar a un
niño: «Evitar las enfermedades infecciosas para las que existen
vacunas, las cuales están en su mayoría en cualquier calendario oficial de
vacunaciones; en el caso de que, aunque es infrecuente, estas enfermedades
infecciosas se produzcan en una persona vacunada, muy probablemente será una
forma leve o muy leve de la enfermedad; disminuir las posibilidades de que las
personas que convivan con el niño puedan padecer esas enfermedades infecciosas
-esto es especialmente importante si existe algún conviviente con problemas de
defensas (inmunodepresión) o con una enfermedad crónica-; eliminar esas
enfermedades infecciosas en la comunidad en la que se vive o incluso
erradicarlas a nivel mundial, y, por último, porque las vacunas son medicamentos
muy seguros, y si se priva a un niño de las mismas, se está dando la espalda al
mayor avance de la historia en salud pública junto a la potabilización del
agua».
Se utiliza el concepto «inmunidad grupal», que significa
que si se vacuna a un grupo de personas se protege a muchas más. Pero además de
los beneficios médicos de la vacunación, también hay que hablar en términos
económicos y de calidad de vida, señala el experto del 12 de Octubre. «Son,
dice, múltiples los estudios de coste-beneficio que demuestran que los programas
de vacunación suponen un importante ahorro de costes directos e indirectos
relacionados con la enfermedad», explica el especialista.
Perjuicios personales y colectivos
Porque, no seguir
las recomendaciones de vacunación en la población infantil puede tener
consecuencias, reconoce Ruiz Contreras, tanto individuales como colectivas. «Los
perjuicios son personales y para la comunidad», explica Moreno. Las enfermedades
infecciosas que puede padecer un niño que no sigue el programa de vacunaciones
de su comunidad son hepatitis B, difteria, tétanos, tos ferina, poliomielitis,
sarampión, rubéola, parotiditis (paperas), papilomavirus (virus causante del
cáncer de cuello de útero), sepsis/meningitis por Haemophilus influenzae tipo b
y meningococo C. En algunas comunidades autónomas también se previenen otras
infecciones como varicela, y sepsis/meningitis y neumonías por neumococo, ya que
se incluyen en las prestaciones sanitarias.
Muchas de estas enfermedades, dice Moreno, están prácticamente eliminadas
precisamente porque anteriormente y en la actualidad, muchas personas, sobre
todo niños, han recibido esas vacunas, «disminuyendo enormemente la circulación
de esos microorganismos por la comunidad». Por tanto, la negativa a la
vacunación es una forma de no contribuir a un «bien sociosanitario
común», como es la erradicación de infecciones, como se consiguió por
ejemplo con la viruela tras campañas masivas de vacunación frente a la misma.
Prácticamente todas las vacunas se inician antes de los 2 años, ya que los
niños en los primeros años de vida son muy susceptibles a contraer enfermedades
porque sus sistemas inmunológicos no han desarrollado, por sí solos, las
defensas necesarias para luchar contra las infecciones, dice Moreno. Un niño no
vacunado «queda expuesto a padecer esas infecciones prevenibles, y puede
contagiar a otros niños o adultos que por cualquier motivo no estén en ese
momento bien protegidos frente a ciertas infecciones, produciendo brotes
epidémicos», afirma Teresa Hernández Sampelayo, del Hospital Gregorio Marañón
(Madrid).
A pesar de que el beneficio de la vacunación infantil es incuestionable,
todavía hoy día hay personas que cuestionan los programas de vacunación. Vacunar
es un acto voluntario. Las tasas de cobertura de vacunación en los niños
alcanzan el 95%, aunque, indica Ruiz Contreras, en los últimos años se está
produciendo una mayor resistencia a las vacunaciones.
Criterios científicos
Las instituciones sanitarias,
organismos oficiales y al fin y al cabo, los médicos, fundamentalmente los
pediatras, se atienen a «criterios estrictamente científicos» para recomendar
las vacunas, tanto «incluidas en el calendario como no incluidas en el
calendario, que creemos que son seguras y beneficiosas para la
salud de los niños», señala Moreno.
Sin embargo, las vacunas incluidas en los calendarios oficiales de las
distintas comunidades son recomendadas, «no son obligatorias por ley». Sólo en
contadas ocasiones, por una exigencia mayor de salud pública comunitaria, y por
orden de un juez, «se ha obligado a vacunar a un colectivo de niños», como
ocurrió a finales de 2010 en Granada con un brote de sarampión surgido en una
comunidad.
Ruiz Contreras se muestra un poco autocrítico y se pregunta qué está
pasando para que algunos padres no crean en las vacunas. «¿Qué podemos hacer
para convencerles de sus bondades?». Es cierto, dice, que hay una especie de
«ruido de fondo», pero sin justificar. «Son ideas sin
justificación científica, erróneas y sin fundamento». Habría, destaca, que
recordar a todas estas personas que algunas de estas enfermedades, «que no ven,
pueden ser mortales para su hijos». Para Hernández Sampelayo, la postura de
estas personas es «irresponsable e insolidaria». Deben saber,
dice, que a sus hijos no les pasa nada porque «se vacunan los de
alrededor».
ABC