Todo empezó por un lujo de Özil. Intermitente pero sublime, el mediapunta
alemán abrió el blindaje del Granada con un inesperado pase de tacón. Quizá
voluntario, quizá aleatorio, consecuencia de un control fallido, en cualquier
caso, un producto genuino de su clase. El detalle se inscribió como lo más
notable de un partido de corto aliento. Una pugna desigual, dignamente llevada
por el equipo andaluz hasta los límites de lo posible. Lo imposible fue defender
las arbitrarias invenciones de Özil, la inspiración de Benzema, la contundencia
de Higuaín y el coraje de Ramos.
Hay que rebuscar en los archivos históricos para encontrar precedentes que se
parezcan al clamoroso éxodo de la afición del Granada a las gradas del Bernabéu.
El entusiasmo de la hinchada visitante, sin embargo, contrastó con la inhibición
de su equipo, que no supo responder a la oleada inicial del Madrid. La defensa
fue retrocediendo, paso a paso, hasta mezclar a Roberto con sus centrales y
apretar a los centrocampistas contra su área. De izquierda a derecha, la línea
de medios que formaron Mikel Rico, Yebda y Martins hizo un dique de contención
por el que apenas se abrieron huecos. El movimiento defensivo vino inspirado por
el empuje del ataque del Madrid, que avanzó con uno de sus característicos
despliegues masivos en los arranques de cada partido. Lass, esta vez como
lateral derecho, se internó hasta el fondo, muchas veces acompañando a otros
avances de Marcelo por el otro costado. Higuaín, Benzema y Cristiano asaltaron
el área desde los tres flancos. Özil se movió por todo el frente y Khedira
irrumpió desde atrás, con empeño sistemático, intentando finalizar las
jugadas.
Lento con la pelota en los pies, espeso para el pase, Mourinho ha mandado a
Khedira a que distraiga a la zaga contraria. El hombre, pesado como un buey, va
y remata cada vez que puede, normalmente con potencia pero sin acierto alguno.
Su función es terminar con la elaboración, cerrar las jugadas, y evitar algún
robo que desemboque en un contragolpe. Esta posibilidad se antojó remota en los
primeros minutos del partido, cuando el Granada se acorraló en su área,
permanentemente asediada. La montonera de futbolistas en el área de Roberto
enredó las maniobras del Madrid, que no encontró más solución que los centros.
Con la excepción de Benzema, que se movió en el bosque como por campo abierto,
al equipo le faltó nitidez para encontrar el disparo. Hasta que Özil se inspiró
para coronar la obra más bella del partido.
La jugada fue una maravilla de velocidad y precisión. La inició Higuaín, que
entregó la pelota a Özil en la frontal del área. El alemán jugó para Cristiano y
se desmarcó al primer palo para recibir la devolución de la pared. Cristiano,
bien defendido, le metió el pase como pudo. El balón voló a media altura,
demasiado rápido, pillando a Özil casi a contrapié, sin perfil para controlar y
con un central apretándole. Su invento consistió en flexionar la rodilla y tocar
la pelota que le pasaba por detrás con el tacón de su bota izquierda. El
toquecito sutil se convirtió en un pase de gol a Benzema, que entró al segundo
palo para empujarla.
El gol resumió la capacidad de sincronización que existe entre Higuaín,
Benzema y Özil, tres futbolistas que rara vez coinciden. Su potencial es
arrollador, incluso cuando los rivales no liberan ni un metro. Eso hizo el
Granada, que se defendió con abnegación y sólo se animó a salir de la cueva en
desventaja. No le fue mal en su primera aventura. El primer remate acabó en la
red de Casillas. Una diablura y un centro de Uche, siempre encendido contra el
Madrid, encontró a Mikel Rico completamente solo. Lass no acudió a cubrirlo y el
centrocampista colocó el balón junto a la base del palo izquierdo del
portero.
El Madrid se apagó durante un rato. Con el correr de los minutos se reveló
que sólo estaba dosificándose para lo que venía. Un córner lanzado por Özil
desde la izquierda encontró la frente de Ramos cuando había transcurrido la
media hora del encuentro. Fue un cabezazo pleno que devolvió al Madrid a la
faena. El Granada se desfondó en la reanudación. Marcelo ejerció de malabarista
en el área, burló a Íñigo López y metió el pase ante el cierre de Diakhaté para
encontrar al ejecutor más económico que hay en la plantilla. Higuaín no tardó
nada en concebir su agresión, ver red, armar la pierna y fulminar a Roberto. El
gol cerró el partido, que se prolongó sin historia hasta el final con el único
aliciente del cuarto gol madridista. Otro pase de Özil, esta vez de 40 metros,
otro control sedoso de Benzema, y la definición con torcedura de tobillo
incluida. Mala suerte para el francés, que se retiró del Bernabéu cojeando pero,
por primera vez, saludado con una lluvia de aplausos de agradecimiento.
Cristiano metió el quinto. Se trató de un gol irrelevante, sobre el final del
partido. Se negó a celebrarlo. Mal encarado, se apartó a los compañeros que lo
felicitaron y dio la impresión de escenificar un mensaje de reproche hacia
alguien o algo.
EL PAIS