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domingo, 26 de febrero de 2012

Un lazarillo en el Calderón

Los genios son aún más genios si tienen un gen suburbial. Es el caso de Messi, rosarino de barrio cuya mejor academia fue el recreo, cualquier callejuela. Ahí aprendió el fútbol en latín y todavía lo practica. Enclaustrados el Barça y el propio Messi por la eficaz barricada del Atlético, cuando los azulgrana definitivamente se quedaban a toda una Liga del Madrid, La Pulga tiró de catálogo quevediano y doblegó a los rojiblancos al ejecutar de forma magistral una falta directa. Los locales esperaban un centro, porque la falta era lateral, en el ala derecha de Courtois. También quisieron creer que alguien habría pedido pasos para una barrera. A lo suyo, ajeno a todas las chácharas, Messi ejecutó al Atlético con un gol imposible cuando ya todos sudaban como una regadera.
Con Messi al rescate, no se rinde el Barça, que más que un título con el imparable Real Madrid, que va como un rayo, disputa una Liga con Guardiola. La fe, el ánimo, la resistencia a abdicar de sus chicos será capital en la decisión del técnico sobre si perpetuarse o no en el banquillo. Lo saben los futbolistas, que encuentran en su entrenador una prima extra. Del compromiso que demanda el míster no hay mejor retrato que el de Piqué. En el Calderón, otra vez suplente. Guardiola quiere respuestas en el campo, no ante los micrófonos de un acto publicitario. Ante el Atlético, el Barça le dio muestras de profesionalidad, fue el equipo ajedrecista que acostumbra y jugó con una paciencia infinita. Se demoró más de la cuenta ante Courtois por su inclinación por la retórica y por la telaraña rojiblanca.
De entrada, el Atlético se dejó el balón en el Cerro del Espino, donde debió practicar toda la semana ante sombras. Taladró sus líneas delante de su portero y no le importó tener a Valdés a varias cuadras. El plan de Simeone pasaba por anular a los azulgrana, candar todos los diques del Manzanares. ¿Y la pelota? Nada de caricias, reventada a cada puntapié local. El Atlético jugó a despejar, vía por la que hasta el gol de Alves apenas sufrió su portero, salvo una picaresca de Messi, que con su manotazo no burló a Pérez Lasa, sagaz él para anular con justicia el gol.


Como el fútbol no es un observatorio científico, el primer córner del segundo acto fue un toque de corneta para el Atlético. Busquets despejó con la corcova y Falcao, un depredador, despertó al equipo. En este deporte, el gol no es siempre hijo del juego, tiene vericuetos insondables. Otra evidencia en el Manzanares: cada uno legítimamente a lo suyo, uno abrochando la pelota y otro abrochando al adversario y el marcador igualado.Recluido el grupo de Simeone, que se atrincheró por dentro y por los costados, con Falcao en propio campo con el pico y la pala, los barcelonistas custodiaron el balón y levitaron hasta que llegó su momento. Un rondo propio del catálogo del Barça. Hasta que, por una vez, Messi se pudo dar la vuelta en el balcón del área de los colchoneros. Cesc le dio hilo por el atajo izquierdo y Alves, un extremo camuflado de lateral, llegó con aire por la derecha para soplar el balón a la red. Un gol al temple, a la flema, al sosiego frente a la bravura. Cuestión de estilos.

El gol del colombiano no alteró el ecosistema el Atlético, pero ya le costó menos mirar de frente a su rival. Para sacudirse los fantasmas y las tiritonas, nada mejor que el gol. Tras la diana de Falcao, con su fútbol de trazo largo, el Atlético tuvo otra pujanza al cruzar la frontera azulgrana. El empate también hizo mutarse al Barça, que dejó el tendal defensivo reducido a Puyol, Mascherano y Abidal, con Busquets de auxiliar. Pese a los nuevos moldes de unos y otros, se mantuvo el guion principal del partido, con el conjunto de Simeone siempre firme en defensa, sin conceder una baldosa. En la zaga el equipo es simeonista total, se despliega con la pierna fuerte y la decisión del Cholo jugador. Por ese sendero, poco a poco logró desconectar al campeón actual, al que siempre le faltó remate. Por ahí le venció el Atlético, cuyos centrales y pivotes defensivos se llaman como al inicio del curso, pero en nada se parecen. Su abnegación es conmovedora. El Atlético despega desde la cueva, máxime si le falta Diego como faro.
Hasta Messi, no encontró consuelo el Barça, que en ataque exigió más al árbitro que a Courtois. Incluida la jugada final que dio el triunfo al Barça cuando mejor se sostenía el Atlético. Con un lazarillo como Messi nadie está a salvo. Ni siquiera este Atlético con tantos alientos que acabó arremolinado ante Valdés y reclamó con razón un penalti por mano de Busquets.

EL PAIS