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domingo, 13 de noviembre de 2011

España afronta una década perdida

En su última Cumbre Iberoamericana, hace dos semanas, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, escuchó en Asunción (Paraguay) los amigables consejos de sus colegas latinoamericanos. Le hablaron de cómo sus países crecen otra vez con fuerza tras penar durante años en un círculo vicioso de ajustes fiscales y asfixiante endeudamiento. De cómo dejaron atrás aquel mal sueño, que comparte el apelativo de década perdida con el estancamiento japonés de los noventa y con los años de estricto racionamiento en Reino Unido, tras la Segunda Guerra Mundial. El mismo calificativo que puede servir ahora para describir el trance por el que pasa la economía española

En estas dos últimas semanas, la confianza en la zona euro se ha roto, la crisis financiera ha ganado en escala. Las alarmas suben de volumen, con variaciones sobre el mismo tema. "Nos enfrentamos con el riesgo de una década de bajo crecimiento y elevado desempleo", sintetizó el pasado martes la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde.

El enorme volumen de endeudamiento acumulado por varias economías avanzadas ya hacía presagiar una recuperación lenta y débil de la Gran Recesión. El activismo de Gobiernos y bancos centrales pareció conjurar el peligro. Fue un espejismo. Los mercados cuestionan ahora el atracón de deuda pública con el que intentó paliarse la flojera del sector privado. La banca vuelva a tambalearse, el crédito escasea. En pocos meses, la recuperación transmuta, otra vez, en recesión.

"Varios países están a medio camino de una década perdida, no hay una institución europea que pueda asumir la deuda soberana y tardará mucho en haberla", resume Keiichiro Kobayashi, investigador del Instituto Rieti, de Tokio.

España queda otra vez mal parada tras el último latigazo de la crisis. En su primer recuento de daños tras la Gran Recesión de 2009, el FMI anticipó que la economía española no recuperaría el nivel que alcanzó antes de la crisis hasta 2014. Con otra recesión en ciernes, todo apunta a que el pronóstico se cumplirá, si es que no se queda corto. "La digestión de los desequilibrios provocados por la expansión de lo inmobiliario y el endeudamiento privado está siendo pesadísima", lamenta Santiago Lago, catedrático de Economía de la Universidad de Vigo.

Pablo Bustelo, investigador del Real Instituto Elcano, matiza que, a tenor de las cuentas del FMI, solo Italia experimenta una década perdida a la japonesa, con un crecimiento bajo mínimos. "Es el único país que va a estar 10 años con tasas inferiores al 1,5%", añade el también profesor de Economía de la Universidad Complutense. Según ese vaticinio, España solo se acercaría al 2% entre 2013 y 2016.
Pero la debilidad en el crecimiento, o su ausencia, es solo indicio de una época malograda. En América Latina, el PIB se subió a una montaña rusa en los años ochenta del siglo pasado, a golpe de devaluaciones y ajustes. Entre los síntomas del mal, una inflación desbocada. La secuela, un montón de años perdidos en la lucha contra la pobreza y la desigualdad.

Bien distinto era lo que estaba en juego en Japón (más bienestar social, el liderazgo económico mundial) durante los años noventa. Y el síntoma principal -una deflación, que agrandó el valor real de las deudas y atrofió el ahorro-, no podía ser más opuesto. Otros factores, como la crisis bancaria o la sequía del crédito, emparentan la década perdida japonesa con lo que experimenta ahora Europa. Dentro de la zona euro, es el brusco deterioro del empleo lo que identifica una década perdida a la española.

La tasa de paro en Japón, donde aún influye la tradición del empleo vitalicio, pasó del 3% al 5,5% durante su década maldita. Italia enfila ahora el 9%, cuando antes de la crisis partía del 6%. Nada que ver con el brutal repunte del desempleo en España: si en 2007 había bajado al 8%, en estos meses el 22% de la población activa está sin trabajo.

"La tasa de paro seguirá alrededor del 20% hasta, al menos, 2014 si no cambia radicalmente el entorno económico europeo", sostiene el catedrático Lago. La economía española solo pasó por algo parecido durante la década de los noventa, cuando acometió una reconversión industrial y un intenso ajuste público tras sufrir el embate de una crisis por el tipo de cambio de la peseta. Entonces enlazó cinco años con tasas de paro por encima del 20%. Pero no es lo mismo: con los criterios actuales, aquella estadística habría arrojado resultados menos abultados. Y, sobre todo, el punto de partida era diferente. En los años ochenta, con una economía en vías de modernización, casi nunca se bajaba del 16%. En los primeros años de este siglo, ya en la zona euro, la tasa de paro se ancló en el 11%. Y el frenesí constructor llegó a reducirla al 8%.

El FMI cuenta con que la tasa de paro española no baje del 16% hasta 2016. Eso sin haber tenido en cuenta el nuevo mazazo en el mercado laboral, que llegó a los cinco millones de parados este verano. Tantos años con altos niveles de desempleo obligarían a replantear otra vez como financiar el estado del bienestar, las pensiones o el sector público.

Aún con crecimiento, "esta vez no está garantizado que vayan a generarse suficientes puestos de trabajo", avisa Javier Andrés, catedrático de Economía de la Universitat de València. Andrés cita los efectos de la competencia de países emergentes y la falta de formación (menos relevante en el boom del ladrillo) como condicionantes de una recuperación sin empleo.

Pero para el profesor de la Universitat de València, lo más significativo es la reacción de las empresas españolas al choque económico: muchos despidos, sí, y también jornadas laborales más extensas para los trabajadores que quedaban en plantilla. Es algo insólito entre los países avanzados y, en opinión de Andrés, un argumento esencial para abordar otra reforma laboral. "Hay que incentivar el reparto del trabajo para ganar productividad", plantea.

"La reforma laboral debe ser prioritaria para el nuevo Gobierno, le pese a quien le pese", defiende Javier Díaz-Giménez, profesor de Economía en la escuela de negocios IESE. En los albores de la crisis, Díaz-Giménez advirtió de que el Gobierno de Zapatero podía haberse precipitado al retirar estímulos fiscales, al anunciar una subida del IVA. "Eso era entonces, cuando aún ni se hablaba del primer rescate a Grecia, ahora hay que seguir reduciendo gastos, la alternativa es salirse del euro", concluye.

El debate sobre el margen de actuación del Gobierno para incitar el crecimiento es enconado. "En 1997, Japón cometió un error clamoroso al subir el IVA. Aquí quizás nos hemos apuntado a la austeridad demasiado pronto", opina Bustelo. "Hay que suavizar el ajuste fiscal", añade Lago, que se confiesa "poco creyente" en los "efectos milagrosos de una nueva reforma laboral".

En lo que sí hay coincidencia es en que, al afrontar la crisis bancaria, no se aprendió la lección de Japón. "Se tenía que haber utilizado, de forma masiva y de una vez, el dinero del contribuyente para sanear los balances", afirma Kobayashi. En otras palabras, soportar el enorme coste político de inyectar dinero público al sector que ahijó la crisis, en la confianza de que el crédito volvería a aflorar.

Ante la parálisis bancaria y la senda de ajustes fiscales y reformas que transitan ya los países más vulnerables, el investigador del Instituto Rieti se apunta a la creciente corriente de opinión entre los expertos que reclama una intervención mayor a Alemania y el Banco Central Europeo. "La zona euro está diseñada para una convergencia fiscal paulatina. Cambiar eso de la noche a la mañana sería indefendible ante los contribuyentes alemanes", opone Díaz-Giménez.

El profesor del IESE resume la situación con una imagen perturbadora: "España está en un laberinto, dentro de un caos". En ese mismo caos de primas de riesgo encendidas, Alemania es capaz de endeudarse sin coste, de preservar una tasa de paro minúscula, de cosechar más ingresos fiscales que nunca. La década perdida en la que se adentra la economía española amenaza con consagrar, por la vía de los hechos, la Europa a dos velocidades que inflama tantos debates retóricos.

EL PAIS